José Yacopi aprendió de chico que en la vida no hace falta mucho para sobrevivir. Cada vez que su padre, luthier de guitarras como él, lo corrieron los franquistas de España, los nazis de Francia, y la guerra de Europa, él aprendió que un taller tenía que caber en una valija, y que la vida de toda una familia podía depender de una guitarra.

Lo único que se llevaba en cada mudanza era un instrumento terminado para que José pudiera demostrar su arte y conseguir alumnos hasta empezar a producir de nuevo. En 1949 llegó a la Argentina, y tiene su taller en una calle tranquila de San Fernando.

-Cumplí 84 años el 28 de diciembre. La gente llama por teléfono y dice “Si, ¿Con José Yacopi?” y yo digo: “Si, él habla”. Se quedan sorprendidos. No lo dicen, pero yo les escucho el tono de “pero cómo, ¿todavía vive?”

Mejor lo saben desde ahora: lo mejor de Yacopi, después de sus guitarras, es su humor negro. Hace 27 años que exporta guitarras a Japón a un ritmo de 25 por año. Su lista de precios arranca en los 1000 y se para en los 2500.

-Mira, yo sé que hay guitarras mías por allí, que cuando yo me largue, van a subir de precio. Afuera mis guitarras tienen precios tremendos. ¿Conoces a Eric Clapton? Ese se compró una Yacopi en Alemania hace tres años y pagó siete mil dólares. Y en Sotheby's, en Londres, se remató una Yacopi 1950 en diez mil dólares. Ya quisiera yo tener una. Es que en 1950 yo era muy chiquito, y que iba a pensar yo que mi taller se iba hacer conocido.

Tampoco pensaba yo que iba a vivir tanto. Mira, una vez hice una vigüela, la abuela de la guitarra, esa que está allí... Se acerca hasta una vitrina y saca una vigüela, un instrumento retacón con un vientre redondo, tachonado de nácar.

-El trabajo que tiene es tan monstruoso, tan grande, que ni me lo creo que fui yo quién lo hizo. Una vez la llevé a Europa. Me decía: “Con esto voy a matar”. La llevé a Sotheby's, y uno dijo: “Ah, que linda. ¿Quién la ha hecho?” “Yo le digo.” “Ah, pero usted está viviente”. Le digo: “Si, estoy vivo”. Y me dice: “Ah, no, tiene que ser fallecido”. No le dije nada, pero pensé: “Me pego un tiro y vuelvo”.

Nota publicada en la revista del diario La Nación el 25 de febrero de 2001.